Hace exactamente 17 años, la Costa de Granada vivió uno de los episodios más devastadores de su historia reciente. Una combinación de lluvias torrenciales y condiciones del terreno provocó inundaciones y daños materiales de gran magnitud en Almuñécar, La Herradura y otros municipios cercanos.
Según los registros meteorológicos, las precipitaciones superaron los 190 mm en las zonas altas de las sierras prelitorales, con intensidades horarias de hasta 200 mm, lo que convirtió los cauces secos en ríos furiosos en cuestión de horas. La orografía del terreno, con laderas semidesnudas y pendientes pronunciadas que desembocan directamente en el mar, agravó la situación. Los cauces, frecuentemente obstruidos por escombros, maleza y cañaverales, y con desembocaduras bloqueadas por puentes y urbanizaciones, no pudieron contener la fuerza del agua.
En Almuñécar, la crecida de los ríos Verde, Seco y Jate fue espectacular. El río Verde pasó de medir apenas 20 cm a más de 1,5 metros en pocas horas. Los barrios más afectados fueron La Carrera, el Paseo de San Cristóbal y el Paseo Puerta del Mar, además del centro urbano. La carretera N-340 quedó cubierta por las aguas, dejando incomunicada a la comarca con Málaga.
Los daños fueron considerables: puentes colapsados, edificios inundados, decenas de vehículos arrastrados y acumulados en calles y zonas históricas, como el foso del Acueducto Romano de La Carrera. Comercios, restaurantes y urbanizaciones quedaron anegados, y el hotel Almuñécar Playa sufrió graves inundaciones en la planta baja. La interrupción del suministro eléctrico y de agua potable dejó a gran parte de la ciudad incomunicada y sin servicios básicos. Incluso las playas se vieron seriamente afectadas por la acumulación de arena, barro y vegetación arrastrada por las riadas.
La Herradura también sufrió consecuencias dramáticas: el río Jate se desbordó y partió el puente del paseo marítimo, inundando jardines y bajos de urbanizaciones y dejando la playa destruida. En otros municipios como Otívar, Jete, Los Guájares, Guájar Alto, Molvízar, Salobreña y Motril, los ríos y arroyos crecieron de forma súbita, provocando anegamientos, daños en cultivos y cortes de luz y teléfono.
Los expertos coinciden en que este desastre fue producto de una combinación de lluvia intensa, terreno vulnerable y cauces mal preparados, que transformó un fenómeno meteorológico extremo en una verdadera catástrofe para la Costa de Granada.
A 17 años de aquel 21 de septiembre, el recuerdo de las riadas sigue presente en la memoria colectiva, recordando la fragilidad de la zona ante episodios de lluvias torrenciales y la necesidad de mantener cauces y sistemas de drenaje en óptimas condiciones para proteger vidas y bienes.